Todos sabemos que nos encontramos en medio de un cambio de paradigma, en medio de un cambio de reglas y principios para el efectivo desempeño tecno-económico. Hemos vivido a través de un proceso de alteración profunda del "sentido común" en relación con lo que se considera "práctica óptima" para la eficiencia. El cambio afecta a todas las organizaciones, públicas o privadas, a todos los niveles, desde las grandes organizaciones internacionales hasta las más pequeñas ONG locales. Sabemos que esto ha sido provocado por la revolución de la tecnología de información. No obstante, la transformación va mucho más allá del poder de las computadoras e Internet. Supone la adopción de modelos organizacionales que permiten sacarle provecho a ese potencial y la modernización tanto de las estructuras como de los modos de operación de cada organización en cada campo de actividad.
El cambio implica moverse: De la rigidez de la producción en masa hacia la producción flexible y diversificada De las pirámides centralizadas hacia estructuras descentralizadas adaptables De la gente vista como recurso humano a la gente entendida como capital humano Y, en el mundo en desarrollo: De la industrialización protegida y subsidiada a la producción competitiva en un mundo globalizado Todos sabemos eso y también comprendemos tanto las dificultades de estas transformaciones como las oportunidades que abren; tanto las incertidumbres que conllevan como la naturaleza inexorable de las tendencias. Ellas son, precisamente, las consecuencias directas de la revolución tecnológica que emergió durante los años setenta y que actualmente se posiciona como el principal potencial productivo hacia el nuevo milenio.